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Historia de los Misioneros Vicentinos de Colombia 

Los primeros misioneros vicentinos franceses (o lazaristas) que llegaron a territorio colombiano lo hicieron en 1870. Después de un largo viaje que hicieron desde el Puerto de San Nazario (Francia) pisaron el Puerto de Buenaventura el 9 de noviembre. Monseñor Carlos Bermúdez, obispo de Popayán, se encontraba en Roma para participar en el Concilio Vaticano I, cuando decidió, por insinuación del Papa Pío IX, dirigirse al Superior General de la Congregación de la Misión, P. Jean-Baptista Étienne, para pedir que los miembros de dicha Congregación fueran a su diócesis [Popayán], “con el fin de emplearlos en la dirección y enseñanza del Seminario Conciliar”.

 

Los dos primeros vicentinos, Gustavo Foing y Augusto Rieux, fueron enviados entonces para asumir la obra de la formación del clero en la vasta diócesis de Popayán. La nueva Provincia se llamó entonces de ‘América Central’ (Quito, Guayaquil, Popayán, Lima y Guatemala) y su crecimiento en personal y en obras, tanto de formación del clero como de misiones populares, fue notorio; se fue organizando en sus estructuras y fue consolidando la formación de sus miembros.

De un primer período de la historia de presencia vicentina, vale la pena recordar algunas fundaciones que han sido significativas: el Seminario de Popayán (1871), la casa de Cali (1885) que será casa de formación y luego residencia del Visitador Provincial, el Seminario diocesano de Tunja (1891), la Apostólica de Santa Rosa de Cabal (1894) que por más de un siglo fue literalmente un ‘semillero’ de vocaciones vicentinas.

 

Ya entrado el siglo XX se recibió la parroquia misionera de Nátaga (1904) que servirá de punto de partida de la misión de Tierradentro, erigida posteriormente como Prefectura Apostólica (1921). Hubo misiones populares en el Tolima, Huila, Cauca, Costa Pacífica, Valle y Quindío. El Seminario diocesano de Ibagué abrió sus puertas a la Congregación de la Misión en 1908 y después de tres décadas quedó en manos del clero diocesano. En 1951 regresaron allí los hijos de San Vicente hasta hoy.

 

El 11 de agosto de 1913, el P. Antonio Fiat, Superior General, en un momento de expansión y reorganización misionera que vivía la Congregación en el mundo entero, erigió la Provincia Vicentina de Colombia, como una Provincia autónoma, separándola del resto de países centroamericanos arriba mencionados. Su primer Provincial fue el P. Juan Floro Bret, francés. Cuando se creó la Provincia, siete de las diez casas que existían en la de América Central estaban en Colombia: Cali, Nátaga, Santa Rosa, Tierradentro, Tunja y dos en Popayán (seminarios mayor y menor). En cuanto al personal, 30 sacerdotes y nueve hermanos coadjutores fueron la base sobre la cual se construyó la vida autónoma. Obras de genuina cepa vicentina y de meritorio recuerdo fueron también:

 

La Prefectura de Arauca, extenso territorio de misión que le fue encomendado por la Santa Sede a la Congregación en 1916. La presencia vicentina en estas tierras (hoy departamento de Arauca y zona nororiental de Boyacá) se prolongó por cuatro décadas, cuando por escasez de personal se le entregó, en 1956, a los misioneros javerianos. Poco después, en 1921, la zona de misión llamada Tierradentro, fue elevada a Prefectura Apostólica, y fue nombrado Monseñor Emilio Larquère como primer Prefecto. La Casa Central de Bogotá, que desde 1919 pasó a ser sede de todo el estudiantado y del Visitador Provincial, es la primera casa en la capital del país. El Seminario diocesano de Garzón (Huila) fue recibido en 1920 pero fugazmente, solo por cuatro años; aunque allí se volvió en 1943. El de Santa Marta fue confiado a la Congregación en 1941 (hasta 1968 el mayor y 1978 el menor). La casa de Cartago fue abierta en 1944 y desde entonces alberga a los misioneros mayores o enfermos trajinados en la brecha evangelizadora.

 

La celebración del centenario (1913-2013) se cruzó con la de los cincuenta años del Vaticano II, lo que quiere decir que la mitad de nuestra historia provincial se ha desarrollado al ritmo de la renovación conciliar. Se corre el riesgo, al hacer este elenco de fundaciones, de caer en la omisión, sin embargo muchas obras de este período se podrían al menos mencionar porque no se han borrado de la memoria misionera de la Provincia: misiones en Boyacá, Montería, Viejo Caldas; seminarios de San Gil, Zipaquirá, Fusagasugá, Bolivia, Indígena Paez. Vivo se conserva aún el recuerdo del paso por la parroquia San Vicente de Paúl en Medellín, desde donde se irradió la renovación conciliar, que promovió con espíritu visionario el Arzobispo vicentino, Monseñor Tulio Botero Salazar. Lo mismo habría que decir de El Páramo (Santander), donde se creó un Instituto de Liderato Social.

 

Posteriormente otras mieses se fueron presentando: misión del Bajo Cauca, seminarios diocesanos, servicio a otras provincias de la Congregación en el mundo. La ya mencionada preocupación por la formación de los nuestros ha dejado profunda huella en las casas de La Apostólica en Santa Rosa de Cabal (hoy Seminario interno o noviciado), Seminario La Milagrosa en Medellín (filosofado), Villa Paúl en Funza (teologado). La Providencia ha mirado con bondad esta Viña que su mano santísima plantó en este suelo colombiano, pues ha habido fecundidad vocacional.

 

Pero no solo las obras testimonian la fidelidad carismática y la vitalidad misionera, también las personas. Podemos decir, en una mezcla de sano orgullo y de humildad vicentina, que no es corto el elenco de cohermanos que se han destacado, unos por su virtud y sabiduría, otros por su aquilatada espiritualidad, su ministerio, su estilo de vida, su carácter, sus oficios, sus escritos, su amplitud de miras, sus innovaciones… Todo deja ver que ha habido en este itinerario histórico una pléyade de misioneros como los quiso el Fundador.

 

Por: Padre Carlos Albeiro Velásquez Bravo

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